-Cualquier día te van a encontrar muerto si sigues con ese celular- dijo Sergio mientras le daba comida al perro.
Samir lo desconectó al cable y el celular nuevamente se iluminó.
-No seas mal agüero viejo depravado- le dijo y cerró la puerta del baño. Eran las 11 de la mañana del domingo.
En la ducha Samir pensó que lo de la muerte era una exageración ¿Y si sonaba de nuevo? Lo de Juan podía ser una coincidencia con el asesinato de Carolina Martínez y las otras muertes. El afán estaba en juntarlas ¿Porqué no podían existir más asesinos? Samir se había enterado de lo de Juan por el diario. No hiló fino, total su amigo o conocido -término que después utilizó con la policía- estaba desaparecido. Fue uno de los últimos que lo vio. El tono de Sergio lo hizo rebobinar en esto de mafias y sicópatas. Sergio podía estar horas hablando de mafias y sicópatas. Era su tema. Su sueño era escribir una novela sobre aquello. El problema de Sergio, según Samir, eran sus fetiches. Demasiado cine gringo. Demasiado "Scarface". Demasiado "Taxi Driver". Sergio vivía en Alto Hospicio, pero a la vez no vivía. La casa parecía una fortificación. Estaba blindada. Tenía alambras eléctricos en sus costados. Estaba aislado por una cuestión de seguridad, decía. Pocas veces salía a pie a comprar por ejemplo. Más aún cuando una vez habían asaltado a Ivania en el almacén de la esquina. El almacén tenía rejillas. Siempre asaltaban. Había microtráfico de drogas. La pasta base. Había cocodrilos todo el día. Sergio juntaba la realidad de la calle con la de las películas de mafias gringas y armaba una protorealidad. En este caldo de cultivo hasta él podía transformarse en un asesino, una suerte de justiciero, total los pacos no defendían a nadie. Que las ratas se coman a las ratas. Sergio podría tener cádaveres en su casa con la complicidad de su mujer. Siempre hablaba de hacer desaparecer a una adolescente rica de no más de 18 años. Lo decía con vehemncia. Samir le seguía el juego. Total, decía Sergio, en Alto Hospicio siempre habrán desapariciones. Todo va en la profundida del hoyo en la tierra.
Hasta lo de Juan, Samir no había tomado demasiado en serio los asesinatos. Recordaba el entusiasmo de Juan por el tema. Sus ojos bien abiertos. La manera como fumaba. A los periodistas siempre le gustaba jugar a ser paladines de la justicia. En este caso, según Sergio, la curiosidad había matado al gato. Para que adentrarse tanto. Cuando Sergio hablaba de aquello lo hacía en tono macabro como relatando alguna película de terror adolescente.
Samir lo desconectó al cable y el celular nuevamente se iluminó.
-No seas mal agüero viejo depravado- le dijo y cerró la puerta del baño. Eran las 11 de la mañana del domingo.
En la ducha Samir pensó que lo de la muerte era una exageración ¿Y si sonaba de nuevo? Lo de Juan podía ser una coincidencia con el asesinato de Carolina Martínez y las otras muertes. El afán estaba en juntarlas ¿Porqué no podían existir más asesinos? Samir se había enterado de lo de Juan por el diario. No hiló fino, total su amigo o conocido -término que después utilizó con la policía- estaba desaparecido. Fue uno de los últimos que lo vio. El tono de Sergio lo hizo rebobinar en esto de mafias y sicópatas. Sergio podía estar horas hablando de mafias y sicópatas. Era su tema. Su sueño era escribir una novela sobre aquello. El problema de Sergio, según Samir, eran sus fetiches. Demasiado cine gringo. Demasiado "Scarface". Demasiado "Taxi Driver". Sergio vivía en Alto Hospicio, pero a la vez no vivía. La casa parecía una fortificación. Estaba blindada. Tenía alambras eléctricos en sus costados. Estaba aislado por una cuestión de seguridad, decía. Pocas veces salía a pie a comprar por ejemplo. Más aún cuando una vez habían asaltado a Ivania en el almacén de la esquina. El almacén tenía rejillas. Siempre asaltaban. Había microtráfico de drogas. La pasta base. Había cocodrilos todo el día. Sergio juntaba la realidad de la calle con la de las películas de mafias gringas y armaba una protorealidad. En este caldo de cultivo hasta él podía transformarse en un asesino, una suerte de justiciero, total los pacos no defendían a nadie. Que las ratas se coman a las ratas. Sergio podría tener cádaveres en su casa con la complicidad de su mujer. Siempre hablaba de hacer desaparecer a una adolescente rica de no más de 18 años. Lo decía con vehemncia. Samir le seguía el juego. Total, decía Sergio, en Alto Hospicio siempre habrán desapariciones. Todo va en la profundida del hoyo en la tierra.
Hasta lo de Juan, Samir no había tomado demasiado en serio los asesinatos. Recordaba el entusiasmo de Juan por el tema. Sus ojos bien abiertos. La manera como fumaba. A los periodistas siempre le gustaba jugar a ser paladines de la justicia. En este caso, según Sergio, la curiosidad había matado al gato. Para que adentrarse tanto. Cuando Sergio hablaba de aquello lo hacía en tono macabro como relatando alguna película de terror adolescente.
En el desayuno Sergio recordó que hace dos meses había sido testigo de lo que podía llamarse un secuestro. Esto por el robo de un 4x4. Una Nissan Terrano. Había ayudado a un tipo que lanzaron al costado de la carretera en la subida desde Iquique hasta Alto Hospicio, desde el 4x4. El tipo venía golpeado, con varios cortes en el rostro y algo borracho. Le dijo que tres bolivianos o colombianos, no distinguía de acentos, lo secuestraron el centro de Iquique para robarle el vehículo. Si bien no se resistió, igualmente dijo que le sacaron la cresta. Sergio lo dejó en la garita de Carabineros. No soportó el olor a vomito como para llevarlo al hospital. Al otro día Sergio se enteró que había sido una quitada de drogas. Lo positivo –decía Sergio- es que los pacos no me pidieron la cédula de identidad ni nada. Los pacos estaban medios adormilados en la caseta. Se hacen los guevones a esa hora. Eran como las 3 de la madrugada.El diálogo en el desayuno se cortó cuando Ivania, ofuscada, les reprochó por sus temas. La mujer se encerró en su pieza. Sergio levantó las cejas y con las manos le hizo el gesto del dedo en el hoyo. Luego se encerró con su mujer.
Esa madrugada Samir había despertado por los gritos que salían de unos autos que hacían piques, algo frecuente en ese lugar, según Sergio. En ocasiones disparaban al aire. La habitación de Samir daba a la calle. De alguna manera ese mundo, pero desde lejos, desde la ventana como pez en acuario, atraía de sobremanera a Samir. Convivir con aquello era otra cosa, pero a diferencia de Sergio, Samir sentía que debía sumergirse en Alto Hospicio. Por eso aquella tarde de domingo decidió almorzar a una cocinería de la Feria Las Pulgas que daba justo frente a la compra y venta de celulares, con la intención de observar.
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