Hasta el tercer día y cuando ya era evidente la desaparición o secuestro de Juan, Vergara se refirió al tema. Lo hizo ante el director del diario, respetando jerarquías, aunque ya la noticia estaba desparramada tanto en la redacción como en todo el medio periodístico de Iquique.
La familia de la polola de Juan había realizado una denuncia de presunta desgracia. Por esto la preocupación de Vergara. Después del reportaje hubo llamadas telefónicas con amenazas, decía la madre de la joven, una mujer delgada de unos 40 años. La policía estaba al tanto de esto. Ricardo no quería líos a pesar que entendía hacia dónde iba la responsabilidad. Vergara, algo tartamudo, se lo hizo saber.
-Quizás el diario no debió haber publicado lo de un nuevo sicópata, todavía- remató Vergara.
-No creo que aquello esté en discusión por ahora. Es necesario averiguar bien lo que sucedió con Juan, a lo mejor viajó de improviso.
-¿Con su polola?
-Claro, con su polola- dijo Ricardo con una mueca como si tuviera sacándose un pedazo de chumbeque entre sus dientes.
-No vaya hacer que hagamos noticia con un periodista nuestro-
-No sea majadero Vergara- respondió Ricardo pensando en el titular del diario de la competencia, o algo así: conocido periodista desaparecido, se especula ajuste de cuentas. Tenía la gallina de los huevos de orol. Imaginó la vidente de Chimbarongo. Imaginó la solución para salvar al quebrado diario.
-Esperemos que aparezca hasta las 20 horas, de lo contrario llama a las dos policías, pero saquemos algo mañana de todos modos.
-Yo no firmo la nota- respondió Vergara.
-No la firmes, si hay algo malo estos tipos no van a venir para acá ha matarnos a todos, no (Ricardo apretó las cejas) No te preocupes hombres si esto no es Medellín- le dijo Ricardo que antes leyó un reportaje de la revista Viva de El Clarín, sobre la historia de un reportero gráfico en medio de la guerra narco en Medellín de finales de los años 90.
Vergara salió de la oficina de Ricardo con rostro de funeral. Casi resbaló por las escalares (frente a la foto en sepia de la pelea entre Arturo Godoy y Joe Louis) que llevaban a la sala de la redacción. Para su suerte la sala estaba desierta. Se sentó, se puso sus lentes oscuros -que le daban un aire de Stevie Wonder- y comenzó a pensar con quien partir. No pensaba en la búsqueda de Juan, sino en la manera como podía salvar de ileso o hacer una nota que al final no dijera nada. Con el periodista y su polola desaparecidos, ya el tema pasaba a noticia nacional. Eran muchas las coincidencias. Había paño que estrujar. Fue en ese momento cuando decidió presentar su renuncia al diario. No estaba dispuesto a prestarse para guevadas.
-Quizás el diario no debió haber publicado lo de un nuevo sicópata, todavía- remató Vergara.
-No creo que aquello esté en discusión por ahora. Es necesario averiguar bien lo que sucedió con Juan, a lo mejor viajó de improviso.
-¿Con su polola?
-Claro, con su polola- dijo Ricardo con una mueca como si tuviera sacándose un pedazo de chumbeque entre sus dientes.
-No vaya hacer que hagamos noticia con un periodista nuestro-
-No sea majadero Vergara- respondió Ricardo pensando en el titular del diario de la competencia, o algo así: conocido periodista desaparecido, se especula ajuste de cuentas. Tenía la gallina de los huevos de orol. Imaginó la vidente de Chimbarongo. Imaginó la solución para salvar al quebrado diario.
-Esperemos que aparezca hasta las 20 horas, de lo contrario llama a las dos policías, pero saquemos algo mañana de todos modos.
-Yo no firmo la nota- respondió Vergara.
-No la firmes, si hay algo malo estos tipos no van a venir para acá ha matarnos a todos, no (Ricardo apretó las cejas) No te preocupes hombres si esto no es Medellín- le dijo Ricardo que antes leyó un reportaje de la revista Viva de El Clarín, sobre la historia de un reportero gráfico en medio de la guerra narco en Medellín de finales de los años 90.
Vergara salió de la oficina de Ricardo con rostro de funeral. Casi resbaló por las escalares (frente a la foto en sepia de la pelea entre Arturo Godoy y Joe Louis) que llevaban a la sala de la redacción. Para su suerte la sala estaba desierta. Se sentó, se puso sus lentes oscuros -que le daban un aire de Stevie Wonder- y comenzó a pensar con quien partir. No pensaba en la búsqueda de Juan, sino en la manera como podía salvar de ileso o hacer una nota que al final no dijera nada. Con el periodista y su polola desaparecidos, ya el tema pasaba a noticia nacional. Eran muchas las coincidencias. Había paño que estrujar. Fue en ese momento cuando decidió presentar su renuncia al diario. No estaba dispuesto a prestarse para guevadas.
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