Monday, May 14, 2007

45

Escribo desde un ciber frente a una plaza, en Tacna, con las monedas que gané por vender mi alma a un par de misioneros –los mismos que me cargaron al hospital de Arica-.
Nadie me saca de la cabeza que Galleguillos fue mi arma.

Tacna, mayo, de 2007.

Saturday, May 12, 2007

44

He visto a Galleguillos. Después de mis insultos escapó corriendo. Fui detrás hasta que caí.
Las moscas muerden en este ciber.

Friday, May 11, 2007

43

Una silueta de mujer se me acercó cuando tosí. La detuve. Me abrazó y siguió buscando a su hija. Se fue por una calle estrecha hacia un cerro.
Esperé el amanecer junto a unos alcoholizados vagabundos. Me ofrecieron vino. Después lo vomité mezclado con el sabor amargo de la bilis.
En este ciber las moscas pican.

Monday, May 07, 2007

42


Esta mañana te vi desde mi habitación luminosa -por la falta de techo- cuando desayunabas desde un plato hondo una blancuchenta sopa espesa que parecía semen. Debe ser el jugo de los presos o los gendarmes después de la erección mañanera que ya no tengo por la fiebre, como hoy, cuando la enfermedad me absorbe y mi vida parece un billete viejo, desvalorado. He adelgazado bastante según leí en los ventanales brillosos de un banco y digo esto porque recuerdo un cuento que leí una tarde ociosa después que Natalia se fue a trabajar, y yo quedé en casa, junto a su hermana. Hacía frío, era invierno. Lee me dijo, está bueno, es de un japonés, y nos acurrucamos y mezclamos nuestros sabores. Creo que después bebí un vodka barato. La culpa se mata con alcohol, nos convencíamos riéndonos casi con burla. Sentí los minúsculos movimientos de Natalia, su leve intromisión en la cama y su olor a día de trabajo. Quise hacerle el amor. Me da frío bañarme –dijo-. Al otro día despertó como a las 6 de la mañana para irse a las 6.30 horas. A su hermana le gustaba leer, tenía amigos que escribían –no sé, hacían cuentos y ella también-. Nunca conocí a sus amigos. En el cuento el japonés detallaba su proceso de momificación. Desde hace unos días que pienso en ese cuento y culpo a mi dolor de estómago, al ácido que baja y sube hasta estrangularme la traquea y vomito. Muero a través de mi vomito, a través de mi sudor, a través de mi mierda acuosa e insípida.
No he conocido a nadie en esta ciudad calurosa. Y es que nadie quiere ser tu amigo después que te levantan del suelo y te lleves la mugre adherida en la espalda. He sentido que me han cargado, trasladado, tratado de ayudar. Me he despertado en la urgencia del hospital, y he vuelto de nuevo a la calle. En Arica no hay frío, ni viento, como para preocuparse de dormir en la intemperie. He dormido en pastos desconocidos, en la arena de la playa y en urgencia del Hospital, sobre un cartón afuera de una iglesia donde pregunté por el cura Sergio y donde otra vez me mandaron a la mierda.

Desde aquí observo como almuerzas Galleguillos, como tus mandíbulas aplastan, como la comida te salpica, como la comida te chorrea, mientras casi a esa misma hora, el ritual del almuerzo se repite en las casas de las familias de las chicas asesinadas en Alto Hospicio. Supongo que pensará en sus familias cuando almuerzas, en la posibilidad que les diste para que se alimentaran mejor, en tu desquiciada resta para mejorar la vida de los pobres. Y disfrutas de ese caldo proteico que te financia el gobierno y que podría estar escupido, pero está bueno, sabroso, mientras yo llevo cuatro días acá sin comer porque todo lo devuelvo.


(foto: El cuento "Me convertiré en momia" es del japonés Masahiko Shimada)

Sunday, May 06, 2007

41


No es tristeza ni pánico. Es una sensación de encogimiento e invalidez. Puede que quede tirado en la calle, me tapen con una frazada y tilden el paquete de paté como N.N. Sin embargo este golpeteo del teclado, a ratos furioso, me hace revivir.
Mi intención es que esto, de alguna manera, llegue a tus ojos de y se esparza por tu sistema nervioso y como si fuera cocaína recobres tu lucidez y te dejes de guevear haciéndote el inocente. Tal vez después de leer, consideres la tuya como una mala historia, carente de suspenso –se me ocurre-, egoísta, escrita desde mi lado, para salvarme solo. Puede también que la llegues a odiar por mi falta de arrojo, por mi cobardía, por mi afán exhibicionista. Dirás, con cara de resignado, que te puse como un microbio al lado de Chikatilo o Garavito. Lo eres. Quizás desees más detalles sobre la manera como le cortaste los pezones a una de las chicas (Te invito a escribir esos capítulos). Quizás desde tu imbecilidad actual recobres la memoria, y narres a tu manera los detalles más sórdidos de lo que hiciste. Tu ego te lo pide. Tu ego te pedirá más asesinatos. Sé que volverás a la calle y seguirás matando, es así, y le pedirás a otro periodista corrupto, enajenado, que te escriba la segunda parte de esta historia.
Se qué ahora eres una especie de santón que te sirves de las nauseabundas almas de unos imbéciles e ignorantes criminales, según el cura Sergio. Me dijo que estabas escribiendo un Apocalipsis. ¡Imbécil! ¿Quién te crees? ¿El Juan de la Biblia o algo parecido? Un Apocalipsis, el muy imbécil, el muy guevón. Desde tu cama clorada e iluminada con tubos fluorescentes asustas con el infierno a todo el mundo, con ese Apocalipsis bastardo, porque no entiendes que nuestra naturaleza es así: fornicaria, ladrona, homicida, adultera, avara, mala, timadora, deshonesta, envidiosa, difamante, orgullosa y desatinada ¿Supongo que también te crees el anticristo? Hay muchos anticristos en la calle, mírate tú, a tu alrededor y verás los anticristos que andan como moscas buscando un lugar donde arrancar una partícula de mierda, como si la mierda valiera tanto, como si la mierda fuera tan importante y trascendente. Recuerdo la frase del gringo Ted Bundy, un ser de tu calaña aunque era abogado, militante repúblicano y "encantador" el muy mierda, según sus amigos. Dijo: "Nosotros, los asesinos seriales, somos sus hijos, sus maridos, los que están en todas partes... Y claro, mañana muchos de ustedes van a despertarse muertos" -Fue apresado y ejecutado en la silla eléctrica, luego de ser condenado por el crimen de 14 mujeres, aunque se afirmaba que las víctimas ascendían a 100, hecho que nunca se probó-.

Tal vez el cura Sergio no exista y sea una fantasía para alcanzarte. No encontré su nombre por ningún lado en la guía de teléfonos. Se encogieron de hombres cuando pregunté en una iglesia católica ¿Busco a un sacerdote llamado Sergio? Le repito: ¿Conoce a usted un cura que se llama Sergio, y que trabaja con los presos de la cárcel? ¿Por favor conoce a usted a un puto cura que se llama Sergio?Después de entregar el taxi a un pariente de Julio, decidí quedarme en Arica, a esperar convertirme en un N.N. Recorrí una calles estrechas abultadas de comercio y barullo de hippie andinos. Leí letreros de comida vegetariana y sentí el vaho marihuano. Bebí un jugo de frutas y lo vomité, quise calmarme con un cigarro y volví a vomitar. No he comido nada desde el jugo. Siento un poco de hambre, pero el asco me doblega cuando huelo desde mis dedos el olor a transpiración desde mis axilas calientes.
(La foto es de Ted Bundy).

Friday, May 04, 2007

40


En esta espera de que el té se enfríe y el queso se derrita en las tostadas tibias y mezquinas que compré en este ciber, ubicado en el terminal de buses de Arica, pienso que pude lanzarme desde los más alto de la Cuesta de Camarones, cuando observaba el valle, mientras el par de músicos que traje insistía en que yo manejaba ebrio y que me denunciarían al llegar a Arica, porque corrían peligro con tipos como yo: otro enajenado e irresponsable conductor de mierda. Los justifico porque cualquiera no entiende que un taxista detenga el auto en lo más alto de una cuesta –como la de Camarones, a 50 o más kilómetros de Arica- y se baje y ni siquiera orine. No se dónde me vieron alas, pero las vieron, de ahí sus gritos de pánico cuando abrí los brazos y por unos segundos me dejé llevar por el viento. Las piernas me temblaban por el choque del viento, mientras sentía las bocinas de los autos como empujándome, como pateándome el culo hacia el infinito. Sentí una erección, la mejor de hace tiempo. Sentí los musculosos contraerse, mi cuerpo reducirse. El valle parecía una ínfima vena verdosa cruzando una dermis pálida. En los cerros vi incrustados -como frutas secas en pan de pascua- el níquel luminoso de algún auto volcado, neumáticos y cajones de verduras. Me vi incrustado en la tierra, como piedra. Recordé a Galleguillos incinerando sus camisas en la cuesta zigzagueante que baja de Iquique a Alto Hospicio. Sentí el calor, el olor a bencina y los gritos de las chicas. Sentí el brazo de un hombre apretando mi cuello y después el suelo. Todavía tengo tierra en el cuero cabelludo, me pica. Imagino que cuando pasamos por la cárcel de Acha yo era como un especie de primate balbuceante amarrado en el asiento del copiloto. Pudieron llevarme a la comisaría o al hospital, pero me dejaron aquí cerca del terminal de buses, con el Chevy Nova intacto y con el dinero del viaje. Creo que no volveré a conducir.

Wednesday, May 02, 2007

39

A mis pasajeros les importaría si dormí anoche. Se repitieron los ruidos y el aroma a plástico quemado. “Pancho” me pidió plata, urgente -imposible recordar la hora-. Siguió fumando. No lo compadezco ni lo ayudo. Cuando almorzamos hablamos de otros temas. Tampoco le he preguntado porque le falta un dedo -el anular de la mano derecha-. Cumplió con la plata. No fue mucho. Mil pesos para seguir escribiendo, le dije. Sonrió. Estoy en el centro, en Vivar con Latorre. En este ciber destaca un afiche de Jimi Hendrix. Se deduce el tipo de música que escucha el dependiente, un chico de pelo largo que viste una polo de un conjunto de rock que desconozco –otro chico en serie-. Pienso en Toña. Ya sería estúpido que la llamara. Imposible. Debe estar con su chico ameba, relajada, feliz en el mall, como siempre. No la desprendo del mall. Van juntos. Nos conocimos allá, después del cine. Me pidió que la comprara cabritas. Relájate, me dijo. Después la acompañé a comprar un disco. Dijo que le habían recomendado las crónicas vampíricas de Anne Rice. Estaban en oferta. Le compré un libro. Dejamos el libro en el suelo y su CD de un grupo que desconozco lo pusimos en mi equipo de música. Fue como jabonarme con chocolate caliente. Me dejó su número en mi celular. Es lo mejor que me sucedió en estos últimos cuatro años. Me hace bien recordar a Toña, en medio de este delirio sobre Galleguillos que a ratos no resisto. Nunca he sentido culpa, dijo Galleguillos. Para él era lo mismo ser infiel a su mujer que asesinar a una chica. Era libre. En mi caso, la culpa me arruinó, me enfermó.
Tal vez me inventé este blog para deshacerme a pedazos de esta enfermedad. Tal vez contagio a otros con esta mierda.
He pensado mutilarme los dedos de las manos por cada crimen. Quiero sentir el ardor después del corte. Quiere ver la carne colgando de mis manos. Quiero unas manos inútiles, deformes. Necesito una marca física para sobrevivir. Algo. Algo que me indique que ese tiempo murió.
En una hora más parto a Arica –depende de a qué hora lleguen los pasajeros-. Dormiré allá. Julio me pidió que la primera semana hiciera eso. Primero debes ubicarte bien, dijo.
Voy.

Tuesday, May 01, 2007

38

Detengo a un taxi amarillo en una avenida húmeda de Iquique, frente al mar. Bajo el parabrisas el rostro de un hombre misterioso. Distingo a Travis de Taxi Driver. Sin decirle a donde voy, me deja en mi destino. Meto la llave a la cerradura después que Travis desaparece por Héroes de la Concepción con Tarapacá.
El portamaletas del Chevy Nova es amplio, como todo en ese auto. Hay espacio como para esconder un arma. Se me ocurre una catana tipo samurai que venden el Zofri. Los cuchillos siempre son más intensos, más rituales. Tal vez me detenga en el desierto y me haga una harakiri, ante mis pasajeros. Serán cuatro. Tres atrás y uno a mi lado. Les contaré mi sueño recurrente con Travis. Después le pasaré el diario de la ciudad que siempre tiene un crimen en la portada. Luego vendrá mi aventura con el psicópata de Alto Hospicio, desde el principio, mientras escucharemos un disco de Rudy La Scala –un cantante de telenovelas que le gusta a Julio-. Algunos se quedarán dormidos con la mezcla: historia y música; otros dirán que también lo conocieron, y otros se revelarán con rabia y odio. “Usted que hizo para detener los crímenes”, me dirá. En ese tiempo fui periodista, le diré, fui testigo privilegiado de la tragedia, nadie como yo conoce los hechos. Usted también es asesino por no hacer nada, por lavarse las manos, por dejar que ese guevón de mierda asesinara a sangre fría. Usted es un indolente, un sicópata como esa mierda, una escoria, un cobarde, la peor basura.
Creo que será el momento para detener el auto y sacar la catana.
Escribo esto desde el computador de un centro de llamadas telefónicas, en la Zofri.