Tuesday, June 09, 2009

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El ladrón respondió a los gritos de Samir y lanzó el celular. Este al golpearse con el suelo se partió en tres partes. Lo armó sentado en las escalinatas del hotel Terrado, hasta que un guardia lo sacó. Samir escupió al suelo y caminó semidesnudo a la playa. En el trayecto hizo oídos sordos al manantial de estupideces que le gritó un grupo de jóvenes que iban apretujados en un pequeño y ruidoso auto que parecía prostíbulo ambulante. Incluso le lanzaron una lata de cerveza. Por esto apuró el paso. Desde un teléfono, ubicado entre el límite de la playa y el paseo, Samir llamó cobro revertido a Juan. Tuvo suerte. Juan en ese momento se encontraba en la redacción del diario.
Después de media hora, Juan apareció con dos cervezas en la mano y un bolso con ropa. Las sandalias le quedaron un poco grandes, pero no fue problema para caminar en dirección a las oficinas del diario El Nortino, ubicado donde comenzaba la avenida Baquedano. Le fue tomando el gusto a lo del diario mientras caminaba por el paseo y disfrutaba de la brisa marina como de las chicas en bikini que iban en dirección a la playa. Había bastante para distraer la vista. En un principio iba a esperar unos minutos en el diario a su amigo, para después beber unas cervezas en el Democrático. Hacía un par de años que no se veían.
Por esto, mientras caminaban por el paseo, el diálogo en un principio fluyó en lo que habían hecho en este tiempo y en amigos comunes, sin embargo cuando a Samir se le agotaron las explicaciones de por qué quería permanecer un par de meses en Iquique, le contó sobre la conexión entre el Nokia que compró en Alto Hospicio y el asesinato de Carolina Martínez.

Juan llevaba dos años y algo trabajando en El Nortino. El diario estaba a punto de quebrar por sucesivas malas administraciones. Por esto proyectaba su trabajo como un paso para algo mejor. Recién había salido de la universidad y se hacía ilusiones. Iquique, en comparación con Santiago, era una ciudad agradable para vivir. Todo el año verano, una playa para nadar y hacer surf y zona franca. No era el más destacado de la redacción –por una cuestión de jerarquía de los más antiguos- pero cuando abordaba un tema lo hacía bien. Ya había destacado por el reportaje de unas licitaciones brujas de la municipalidad. Tema que le valió amenazas.
-Cuando un periodista es amenazado, es signo que va por buen camino- le dijo a Samir, mientras le ofreció un cigarro.
-¿Y te hicieron algo?-
-Fueron un par de llamadas al teléfono del diario, y después por orden del director el tema pasó a los ratis con un gran crónica de por medio. Los tipos se asustaron con la policía, aunque yo sabía quienes eran. Inofensivos después de todo.
-¿Tan así?-
-Me los he encontrado en la calle, e incluso me saludan.


Juan nunca anduvo con pequeñeces. Esto le molestó a Samir, como a otros compañeros, en tiempos de la universidad. En todo caso Juan siempre reculaba. Tenía un buen sentido de autocrítica. Además que era un chico que provenía de una familia de profesores con bajos recursos. Esto despertaba simpatía entre sus compañeros. Sus padres junto a sus seis hermanos vivían en Talca, y le mandaban poco dinero. Juan trabajaba de garzón en Santiago y en otros oficios. Muchas veces Samir lo llevó a su casa, y lo salvó con almuerzos y dinero.
No obstante por estas dos razones Samir elevó su compasión por su amigo: si bien en la universidad había demostrado tener condiciones para destacarse en el periodismo, hoy estaba estancado en un perdido diario de provincia y porque Juan le contó entusiasmado que recién había sido papá de una niña de una relación con una chica periodista que trabajaba en la municipalidad. Osea, Samir entendió que su amigo no tenía retorno en varios años.

Por esto cuando Samir le terminó de contar esta nueva hebra del caso de Carolina Martínez, Juan pensó en dar el gran golpe periodístico de su vida. El joven de rostro huesudo, camisa de calidad y jeans chinos de la zona franca, imaginó a un asesino en serie pues recordó que meses antes, otra chica, llamada Cecilia Bustamante apareció muerta en las mismas condiciones de Carolina y antes hubo el asesinado de adolescente gay en una discoteca de Alto Hospicio. Todo en seis meses. Por esto que cuando llegaron a El Nortino, Juan le mostró las ediciones del caso de Cecilia Bustamante. La conversación de ambos jóvenes la escuchó Mario Vergara, antiguo periodista policial de El Nortino y de varios otros medios ya desaparecidos. El gordo Vergara en un momento pensó decir algo, pero se contuvo. Cuando Juan por atender a unos jóvenes recién asaltados en la playa, dejó solo por unos minutos a su amigo, Mario se acercó a Samir, y en un tono más de protección que amenazante le dijo que tuviera cuidado con lo que le dijera a Juan. Samir sonrió y movió la cabeza en señal de aprobación.

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