Saturday, January 06, 2007

6.

“Imagínese, he visto perros comerse a otros perros”. Me dijo el encargado de un negocio cuando hice un reportaje sobre las jaurías de perros vagos en las tomas de Alto Hospicio. “Yo he visto humanos comiendo perros”, me dijo otro. “Es algo normal por acá”.
“No tienen mal sabor los perros”. Si se trataba de hacer periodismo, entonces probemos perro, le propuse a un chico como de quince años, cuyos hermanos tenían el pelo tieso. El chico me miró con la misma cara que me pone el pelado del ciber cuando me entrega papel higiénico. Aquí en el ciber pasan cosas raras, igual que en las tomas de terrenos de Alto Hospicio. Prefiero estos ambientes. Me muevo mejor.
Estéfani tenía los pelos amarillos y tiesos, como si le hubieran exprimido diez limones en la cabeza, unos evasivos ojos color café y una sonrisa que dejaban ver sus dientes del mismo color de su cabellera. Dijo que a la vuelta de su casa “había”. Que preguntara por la señora Norma. No estaba la señora, pero di con su hija que sabía del tema.
Mientras mis ojos se perdían en una rata muerta, del tamaño de un gato, equilibrada en un alambre de corriente por el peso de su cuerpo y una piedra amarrada en su lampiña cola, la chica me invitó. Fumamos. Ambos nos quedamos quietos, congelados como si ese segundo valiera toda la vida. El grito de Estéfani nos sacó del espasmo, pero no era un grito cualquiera, sino que eran gritos de risas porque la rata por fin había caído del cielo.
Quispe era el padre de la adolescente y de Estéfani -según supe después- , y algo así como el esposo de la mujer. Todos conocían su casa. Era la mejor de todas, la más arreglada. En el techo tenía hasta un plato para captar televisión satelital. Quispe vivía cerca de Galleguillos, a dos cuadras. La casa de Galleguillos era como cualquier casa de las tomas, una construcción rápida levantada con palos y maderas, algunas lucían mejor que otras.
Quispe llegó en su Honda Accord blanco. No se sorprendió al verme en la puerta de su casa charlando con su hija. Ella me presentó. Le dijo que era periodista. Me estrechó su mano y me invitó a pasar. Era una hombre moreno, algo bajo, de marcada ascendencia aymara, su carácter amigable, a ratos salamero y su disposición con los niños del lugar lo hacía el preferido del sector. Nadie hablaba mal de Quispe, lo comprobé en las varias veces que lo visité. Confirmé que su objetivo era transformarse en concejal de Alto Hospicio, cuando a sabiendas que era periodista de El Nortino me habló de que había reunido más de mil firmas en el sector “La Negra” para lograr la anhelada red de alcantarillados. Saqué mi grabadora. Fue la primera vez que apareció en el diario. Me preguntó cómo podía pagarme.
Una mujer le da una patada a la puerta del baño. Siento la voz del pelado. Siento la voz de la mujer. Está media borracha. Son las 13.50 horas. El pelado dijo que llamaría a los pacos. Ya todos estábamos mirando. No somos bellos los que frecuentamos el ciber. La mujer que vestía como vagabunda y olía a perro muerto le intentó pegar. El pelado la redujo como si alguna vez en su vida hubiera sido paco. La encerró en el baño y llamó a los pacos. No valía la pena defender a la mujer.
Galleguillos igual tenía ideas sociales para Alto Hospicio. Una vez me dijo que estaba aburrido de que las autoridades los trataran como animales, como perros. Supongo que por mi condición de periodista, la gente me hablaba de sus sueños y delirios. Galleguillos agregó que era absurdo que más de dos mil personas no contaran con agua para sus necesidades básicas. El camión aljibe pasaba día por medio. También me dijo que la seguridad policial era nula y que por ello, cualquiera podía asesinar a alguien en la mayor impunidad. Así era Galleguillos. Los pacos llegaron rápido, para tranquilidad de nosotros. Ahora me puedo concentrar en esto...

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