Friday, January 12, 2007

7.

Yo tuve sexo con Mary Lovera. Tres veces. Dos en el “El Renacer”: media hora en una habitación pequeña y oscura –hedionda a humedad-, mientras Galleguillos me esperaba en el taxi. Le decía que una puta me lo había chupado por diez lucas. Ponía cara de asco. Odiaba a las putas. Decía medio en broma que eran cochinas, que sus vaginas era un pozo séptico.
La tercera vez con Mary fue en un motel, en Iquique. Respondió con su voz de niña cuando le propuse la cita. Me había dado un número de teléfono en “El Renacer”. Era un martes, la noche estaba tranquila y calurosa. Me habían pagado. Nos encontramos como a las 22 horas a un costado del Hotel Gavina. Vestía una camiseta ajustada con un estampado de la Sirenita y una falda corta que dejaba sus morenas piernas desnudas. Tenía el cuerpo duro –el abdomen plano- como cualquier chica de su edad y las tetas suaves. Le brotaba leche por el amamantamiento. Fuimos a comer mariscos a un restaurante que la incomodó –tal vez se asustó con alguien-, después a un pub y terminamos en el motel. Yo estaba medio borracho. Le juré que la volvería a ver. Se movía bien, como Toña. Tal vez llame a Toña. Son las 17 horas… me la imagino en la plazoleta que hay en el mall, donde se reúnen chicos como ella a tomar helado. Hace una semana que no la veo. La última vez me habló de un chico.
El único amor de Mary era su hijo. El niño le decía mamá a la abuela.
Con las fotos de su cadáver recién me convencí que estaba muerta. En ese momento quise matar al asesino. La identificaron por el pequeño tatuaje de una Biblia que tenía en su hombro derecho. La identificación del resto de las chicas fue más complicada. Hasta se dijo que el médico legal se equivocó. Tiempo después exhumaron los cadáveres. Algunos padres todavía no se convencen de su desgracia.
La última vez que vi a Mary fue en Alto Hospicio. Le distinguí una erosión en el pómulo derecho como si le hubieran dado un golpe de puño. De inmediato pensé en Quispe. Se espantó al verme en el auto de Galleguillos. Nunca me habló de él ni tendría porqué hacerlo. Sus extensos gemidos de placer todavía se me repiten. Discutieron. Él tampoco me dijo nada cuando cerró con rabia la puerta del taxi. Subió el volumen de la radio con violencia. Aceleró el auto. Después de varios minutos me habló. Fue para decirme que le daba lo mismo no llegar a dormir a su casa. Eran las 19.30 horas. Pensé que me invitaría a salir. Me dejó cerca de mi departamento y se devolvió.
Tal vez se había enterado que Mary era puta, pero había que ser muy imbécil para no saber que ella frecuentaba “El Renacer”. A ratos el mismo Galleguillos me parecía un imbécil, un simplón, un ignorante, un bruto, un taxista miope… Pero le gustaba conversar de psicópatas, de crímenes y de la crónica roja. Buscaba esos temas. Sus tesis sobre las desaparecidas concordaba con la que en algún momento tuvieron los detectives. Las chicas eran putas buscando unos pesos más en otro país.
Ahora, con la cadena perpetua ya declarada y algunos años de distancia, por ningún motivo lo considero un bruto. Nadie que conozca la manera cómo sobrellevó los crímenes puede considerarlo un bruto. Por más de un año aprovechó el contexto marginal de las tomas de Alto Hospicio. Nos miró como imbéciles. Me miró como imbécil. Pero soy el único que puede contar toda su historia.A las 21 horas me juntaré con Toña en el ciber.

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