Monday, February 05, 2007

10.

Una taxista me dejó a media cuadra de aquí. Fue raro el viaje. Representaba como 40 años, delgada, pelo teñido de tono cobrizo y un escote generoso. Los Ray- Ban le daban la necesaria cuota de misterio.
Escuchaba una radio de música romántica, creo que la Corazón. Cuando me entregó las monedas del vuelto me dijo que prefería los días nublados. Yo igual, le dije. Por un segundo dejó de mirar el camino.
Pensé que me agarraría el paquete. Luego me vi con ella en una posición incómoda en su auto con la misma canción de fondo. Habría preferido un hotel. La canción era de Christian Castro, según el locutor.
Quise echarle mierda al sol cuando nos detuvimos en un semáforo, pero me desorienté al ver a dos putas entrar al Centro de Enfermedades del Transmisión Sexual del Hospital. Eran las 10.30 e iban a control.
La chica que atiende este ciber escucha la misma radio de la taxista. En comparación con la taxista, la chica es una niña. Supongo que son 20 años de diferencia. Cuando esta chica tenga 40 años recién Galleguillos podrá acceder a algún tipo de libertad.
La justicia no alcanzó para ese gueón, me dijo Toña cuando hablamos sobre los crímenes. Es una burla para la gente estar alimentando a ese gueón con fondos fiscales. Es una vergüenza que no exista pena de muerte para exterminar a este tipo de basura, mierda humana, caca... Conmigo era tierna.
Galleguillos, medio en broma, tuvo el descaro de dudar de mi por la desaparición de Mary. Esa tarde Quispe me había entregado un paquete para que lo repartiera entre unos conocidos suyos de la población Jorge Inostrosa de Iquique. Me sorprendió su llamada. Eran las 15 horas –más o menos- y yo estaba en el diario. Me pagó 50 mil pesos por el encargo. Aproveché para que también me dijera algo -por su condición de dirigente social- sobre la seguridad en La Negra. Ya eran tres (o más) las chicas desaparecidas. Quispe también era papá de dos niñas. El paso siguiente fue llamar a Galleguillos. De entrada me dijo que estaba apurado porque tenía que ir a buscar a su mujer a la municipalidad. En Juan Martínez con Thompson bajó una pasajera y seguimos por Tarapacá. Me preguntó algo de las gemelas Campos. No recuerdo bien. Estaba obsesionado con Daniella Campos. Antes que me dejara en el centro, me tiró la pelota con Mary. Le dije que no fuera gueón. Se río.

La taxista usaba unas botas a la pantorrilla. Me fijé cuando frenó. Restaban como dos cuadras para llegar. Las botas son un buen fetiche. La imaginé desnuda, con la mitad del cuerpo recostado en un mesa, con su cola parada en dirección a mi sexo y con las botas puestas.
Pensé en pagarle los cuatro pasajes del taxi y seguir hasta el final del recorrido. En el trayecto podría proponerle algo. El viaje fue un agrado, le dije. No es el único que me dice eso, me contestó. Chao. Se despidió con una sonrisilla coqueta dibujada en el rostro. Tendré que verla otra vez.

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