Thursday, February 22, 2007

15.

Galleguillos era obsesivo con la limpieza. El V16 parecía un espejo. Siempre estaba afeitado y perfumado con un Fahrenheit de Dior que mantenía en la guantera. Prefería los perfumes franceses. Iba seguido a la Zofri a comprar perfumes, desodorantes y otras guevadas en ese estilo. Era un bicho raro entre los taxistas. La mayoría andaba mal afeitado, como yo. Por machismo –influencia familiar- relacioné la obsesión de Galleguillos por la limpieza con la homosexualidad. Alguna vez temí que me agarrara el paquete aunque nunca me coqueteó, digamos: nunca me dijo que escribía bien. Era mi lector sólo porque le interesaban los sicópatas.
La policía no encontró sangre en el V16.
Lo vi quemar varias camisas empapadas de sangre en un desvío de la carretera entre Alto Hospicio a Iquique. Era como un rito; el punto final de una historia y el comienzo de otra. Tenía claro que en algún minuto yo escribiría esto. Me había elegido.
No lo tomé en serio cuando me lo propuso. Estaba medio borracho. Había bebido las tres cuartas partes de un Stolichnaya. Le dije que fuéramos al Renacer. En un WC me tiré unas culebras de coca. Salí como robot. Eran como las 2 de la madrugada. Galleguillos tomó avenida los Cóndores, se metió por unos pasajes cortos y detuvo el V16. Recordé la música de la película Tiburón. A media cuadra había una botillería donde entraban y salían chicos. Por algún lugar había una fiesta. Eran chicos como de quince años –no más-, estudiantes. Espera, me dijo. Espera le respondí y baje a comprar cigarros a la botillería.
En el auto encendí un Belmont, mientras me daban tirones para volver al Renacer. La coca también me pone más hablador. Le hablaba sobre un reportaje –para la serie de sicópatas- sobre Luis Alfredo Garavito, el mayor asesino en serie de Colombia. Garavito violaba, torturaba y decapitaba a sus víctimas. Se río cuando le dijo que el cabrón ése, ahora desde la cárcel, cobraba a los periodistas por contar detalles de los más de 140 crímenes que cometió –extraoficialmente se calculan 200- . Los detalles más sórdidos valían más caro.
Estaba en eso, cuando una chica, pelirroja, tetas grandes, carnosa desde donde se le mire, le pidió a este gueón que la llevara por mil pesos al Boro. Lo miré. Me dio el vamos con un movimiento de cejas. La chica no se dio cuenta cuando nos fuimos a La Negra, al sur de Alto Hospicio –El Boro era como el límite norte-. Habrá pensado que yo era un pasajero. Galleguillos puso su CD favorito. Me repelía la nueva ola, y peor Lucho Dimas. Le aclaré a la chica que primero me dejaría a mí. La chica puso cara de resignación. Cruzamos el basural. Mientras yo pensaba en otra culebra de coca, Galleguillos algo nervioso me demostró que estaba para aparecer en la colección que partió con Chikatilo. Los gritos de la chica no me provocaron nada, tampoco la ira y movimientos de Galleguillos. Sólo quería volver al Renacer. Después de una hora volvimos. Eran como a las cuatro de la madrugada, pero podían ser la dos. Me tiré otra culebra. Antes, habíamos parado en la carretera.
Se llamaba Karina Trigo Fernández.

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