¿Por qué en Alto Hospicio la mayoría de las chicas son rubias? Le preguntó al joven que le vendía el celular, en un local medio hechizo a un costado de la Feria Las Pulgas -o mercado negro de los vendedores ambulantes-. Lo de joven por los aros-aquellos que deforman orejas tipo indígena amazónico- y porque no pasaba más allá de los 30 años. No tenía niguna cana. El siempre se fijaba en las canas. Sin mirarlo y con los dedos ocupados en el chip del celular, le dijo con voz silenciosa que no tenía idea. Amarga le pareció la respuesta y lo imaginó cargando una familia con una rubia teñida regordeta, de mal vivir y tres o cuatro hijos. Redondeó, mirando las arrugas de sus ojos, que al final no era tan joven pues por dentro cargaba a un viejo de mierda; que por esto estaba trabajando en la reventa de celulares robados; que después caería en la venta de drogas y que al final terminaría preso. De todos modos exageró.
-¿Cuánto te debo?- Con la vista pegada en el chips del celular, le respondió, sin modular demasiado, 25 mil pesos.
-Me lo puedes dejar en 20.
-23 mil-
El celular, un Nokia, tenía la particularidad de encender unas luces por los castados. Recordó un ovni de juguete. Dejemos al celular como un aparato escandaloso, ruidoso. Por algún motivo pensó en el reggaetón. Tal vez no era el mejor celular, el más moderno, el más elegante, pero no contaba con más dinero para comprarse otro. Antes de elegir el Nokia, le había gustado un Sony Ericksson, más plano y pequeño, pero el precio lo contuvo.
No era un experto ni fanático de la tecnología, por esto no le importaba si el aparato sacaba fotos o grababa voces. Su interés radicaba en que funcionara con el chip del celular -aquel le calló agua de colonia dentro de una mochila y se oxidó por dentro- anterior y que además mantuviera el listado de números. Cuando revisó el listado se encontró con sus números y otros desconocidos.
Seis veces y con tres celulares distintos, por ejemplo, estaba el nombre de Carolina Martínez, además habían canciones dedicadas a ella y fotos. En una de las fotos la chica se veía rubia, más bien delgada, de no más de 20 años y vestía de jeans con un polera de marca. En otro foto, aparecía con el pelo negro y en la playa. Esas dos fotos lo hicieron llamar a uno de los números. Pensó que el teléfono era de algún cercano a la chica, de todos modos su novio. No dudó y llamó a Carolina Martínez.
A la primera llamada le contestó un hombre y le preguntó con un garabato de por medio, si él era un tal “Punto”. Cortó.
En el segundo número, una grabación con la voz de una mujer, Carolina. le dijo: regreso el sábado. Era martes.
Se convenció que no tenía sentido llamar al tercer número. El sábado intentería de nuevo. Sin embargo el jueves, encontró la foto de la chica con los jeans y la polera de marca en el diario. Carolina Martínez fue hallada muerta con signos de estrangulamiento cerca de la cárcel de Alto Hospicio.
-¿Cuánto te debo?- Con la vista pegada en el chips del celular, le respondió, sin modular demasiado, 25 mil pesos.
-Me lo puedes dejar en 20.
-23 mil-
El celular, un Nokia, tenía la particularidad de encender unas luces por los castados. Recordó un ovni de juguete. Dejemos al celular como un aparato escandaloso, ruidoso. Por algún motivo pensó en el reggaetón. Tal vez no era el mejor celular, el más moderno, el más elegante, pero no contaba con más dinero para comprarse otro. Antes de elegir el Nokia, le había gustado un Sony Ericksson, más plano y pequeño, pero el precio lo contuvo.
No era un experto ni fanático de la tecnología, por esto no le importaba si el aparato sacaba fotos o grababa voces. Su interés radicaba en que funcionara con el chip del celular -aquel le calló agua de colonia dentro de una mochila y se oxidó por dentro- anterior y que además mantuviera el listado de números. Cuando revisó el listado se encontró con sus números y otros desconocidos.
Seis veces y con tres celulares distintos, por ejemplo, estaba el nombre de Carolina Martínez, además habían canciones dedicadas a ella y fotos. En una de las fotos la chica se veía rubia, más bien delgada, de no más de 20 años y vestía de jeans con un polera de marca. En otro foto, aparecía con el pelo negro y en la playa. Esas dos fotos lo hicieron llamar a uno de los números. Pensó que el teléfono era de algún cercano a la chica, de todos modos su novio. No dudó y llamó a Carolina Martínez.
A la primera llamada le contestó un hombre y le preguntó con un garabato de por medio, si él era un tal “Punto”. Cortó.
En el segundo número, una grabación con la voz de una mujer, Carolina. le dijo: regreso el sábado. Era martes.
Se convenció que no tenía sentido llamar al tercer número. El sábado intentería de nuevo. Sin embargo el jueves, encontró la foto de la chica con los jeans y la polera de marca en el diario. Carolina Martínez fue hallada muerta con signos de estrangulamiento cerca de la cárcel de Alto Hospicio.
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