Sunday, November 27, 2011

La biblioteca/6


El viaje a Santa Cruz de la Sierra fue confirmatorio.
A la frontera llegamos de noche y salimos de madrugada. De esas horas de congelamiento y puna, recuerdo los pies al intemperie, el rostro quebradizo y el orín de unas cholas viejas. Se amanecieron afuera del puesto fronterizo. Los policías las tramitaron más de lo normal para entrar a Chile. Vimos como le rompieron varias bolsas de maíz. El policía nos buscó la complicidad con una leve sonrisa. Las mujeres los recogieron, los limpiaron y los volvieron a envasar. La policía buscaba droga.
A nosotros ni siquiera nos revisaron.
Luego vino un interminable camino de tierra al lado de volcanes, salares y pueblos grises que no parecían tener habitantes.
Después de una inquietante laguna surgió Oruro. Oruro me pareció como una ciudad de Marte. Bebimos unos jugos de fruta cerca de una plaza, el tío hizo unas llamadas y seguimos. La puna no da hambre.
Cochabamba es más normal que Oruro. Almorzamos, salimos a caminar un rato por los alrededores de la plaza y luego pasamos la noche en un hotel. No había televisión por cable. El tío llegó de madrugada y sus ronquidos se sintieron por todo el piso.
La primera selva que conocí fue la del Chapare. Nos detuvimos para orinar. Vimos mariposas gigantes y sentí aromas nuevos. A ratos la vegetación parecía tragarse la carretera. El tío puso la música de la película La Misión. Mientras El Culebra conducía la Van, el tío le dijo que por ningún motivo se detuviera hasta un control de la policía cerca de Santa Cruz de la Sierra.
Explicó que en ese sector eran frecuentes los asaltos. Luego nos mostró la pistola que había conseguido en Cochabamba para situaciones de emergencia, dijo. Cuando me la pasó, dijo entre risas que su destino y él de su hijo quedaba en mis manos. Después de algunos segundos de contemplación se la regresé.
A Santa Cruz de la Sierra llegamos a mediodía. El tío me comentó que Santa Cruz de la Sierra era como Argentina pues no había indios. Había monumentos en todas las avenidas. Por todos lados había árboles y un tipo de pasto breve que parecía musgo. El color ladrillo estaba en las casas y edificios. No me quedaba claro la dirección de las calles. Los autos no respetaban nada ni a nadie.
El tío manejaba.
El departamento era amplio y estaba cerca de la avenida Equipetrol, donde estaban los karaokes y pubs.
El tío nos explicó el plan.
Nosotros nos quedaríamos cinco días solos en el departamento y aparecería al sexto día. En el séptimo día, que sería un martes nos regresábamos por el mismo camino.
Nos regaló dólares y se fue.
El segundo día conocimos a Trinidad. Fue en el zoológico luego que le pasé la cámara para que nos sacara una foto abrazados con El Culebra delante de las panteras. Al otro día se nos sumó un amigo de Trinidad, Alvaro y Lydia, su novia gringa. Vivían cerca.
Me sorprendió que a El Culebra le incomodara la presencia de Álvaro. El flacuchento de Alvaro era un fanfarrón de esos que hablaban del éxito material de sus padres y que pronto le llegaría un moto Honda. Siempre le respondía con un tono malhumorado. Era fácil. El Culebra estaba celoso de la atención hacia Alvaro. Pensé que era una crisis pasajera, sin embargo El Culebra se ofuscó la segunda noche por una broma de Álvaro. Álvaro hablaba demasiado. Hasta en los momentos de silencio se sentía el golpeteo de sus dientes. El Culebra abandonó el departamento a la medianoche y no regresó hasta la madrugada. En algún momento pensé en llamar al tío y ahí comprendí que habíamos quedado incomunicados. No le di mucha vuelta a eso aunque se puede decir que estábamos a nuestra suerte en el extranjero.
No alcancé a pedirle explicaciones. Cerró la puerta de habitación. Al otro día desayunamos casi a las 13 horas sin tocar el tema. Por esta razón decidí que esa noche sólo compartiríamos con Trinidad pues habíamos quedado de ir a un pub donde tocaban rock en vivo y los garzones vendían líneas de coca.

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