Sunday, November 27, 2011

La biblioteca/7

Sobre el carácter de mi vecino puedo decir que en su adolescencia y juventud fue una persona callada e insegura.
El dinero después le dio confianza aunque nunca superó sentirse menos con la gente de clase alta, a pesar que muy al final de esta historia viviera como ellos y manejara un Audi.
La idea de llevarme a Santa Cruz de la Sierra no fue de él, sino que de su padre según me enteré de regreso por una broma.
-Gracias por hablar por mi hijo porque éste indio como todo indio no habla aunque no es tonto, sabe cuidar bien su dinero y hacer negocios. Ya tiene varias propiedades a su nombre en Bolivia-
Como no tuve padre, no supe que decirle al tío las varias veces que trató de indio al Culebra. Por el tono podría pensarse que lo hacía de cariño.
El tío siempre bromeaba con el apellido y origen de su hijo.

Entiendo que desde su niñez mi vecino tuvo conflictos internos por su apariencia. Tenía la nariz más grande de lo normal y por esto fue blanco de burlas. Le comenzaron a llamar nariz de culebra. Lo defendí varias veces. Sin embargo le incomodaba su apellido materno de origen indígena. En la escuela eran habituales las bromas contra los chicos del interior. Algunos arreglaban las cosas a puñetes. No fue el caso de mi vecino.
Acumuló.
Reventó cuando se vio sobrepasado por la circunstancia como esa noche en el bar cuando Álvaro le pidió una explicación por su ida la noche anterior.
El Culebra le reventó un vaso en la cabeza. Lo agarré del cuello y saqué a la calle. Bufaba. Trinidad fue detrás de nosotros. Eso lo calmó. Trinidad nos pidió disculpas por la presencia de Álvaro y dijo que regresáramos. Los garzones habían expulsado del bar a Álvaro por atormentar a la gente. Nunca más lo vimos. Lydia, su novia gringa, la seguimos viendo en el bar, sin embargo no nos saludaba. Compartía con otros gringos y gringas.
Trinidad se mantuvo con nosotros. En algún momento dudé de su amistad. No éramos personas cultas aunque habláramos casi todo el rato de rock. No éramos bellos y no nos vestíamos como los gringos que llegaban a esnifar al bar. Tal vez el tío la había puesto ahí para protegernos o tal vez, vigilaba al tío. Trinidad además bordeaba los 25 años y al lado de ella, parecíamos pendejos. A ambos nos gustaba. Esa noche El Culebra me contó cosas de su vida que ignoraba como su relación con su padre.
El hecho de golpear al tontorrón lo había desamarrado.
En ese momento no entendí la presencia de Trinidad, pero me dejé llevar por los acontecimientos.

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