Friday, August 10, 2007

2.

Puedo ser un cantante sudoroso y barrigón apretado con una camisa negra brillante y unos pantalones de cuerina salpicados de lentejuelas a lo Elvis, que le canta al amor, quizás una de las pocas maneras para sentirse vivos por estos lados, según los desayunos de la pensión cuando la dueña me cuenta de sus fracasos con las canciones de Marco Antonio Solís.

Puedo ser una versión grotesca de cantor o trovador sudaca, menos altanera, de ese errático american-mariachi de la película de Robert Rodríguez –que llevaba esa metralleta justiciera o fierro en vez de un absurdo guitarrón- y que hablaba como atorado.
Prefiero contar chistes crueles.


Y esta Tacna sepia de cortante frío noctámbulo, luce parecida a Tijuana o a la manoseada Juárez –de películas como Traffic, de documentales de coyotes - donde comen ají a masticazos o chile, y los chilenos fascistas se ofenden porque esos machotes mexicanos morenos, bigotones, de cuello de neumático y espalda carnosa se comen a la patria. Guevones. A una hora al sur de Tacna, está Arica donde todas las calles tienen semáforos, donde los taxis lucen uniformados de amarillo o negro y donde el olor a fritanga se mezcla en esquinas marginales con el humo pastabasero. Arica es la punta del ají.
Arica=San Diego. Los peruanos pobres imaginan un mejor futuro, como si Chile fuera Estados Unidos. Y en Estados Unidos a los latinos los tratan de cucaracha o ratas y bajan la cabeza, mansos, sudacas, asumidos y explotados, y buscan el amor y trabajo con la cabeza gacha, ciegos como servidumbre humana. Y en Estados Unidos, Chile es el ají con que se fabrica el Tabasco.

Filmé con esta Canon -que me cabe en una mano- unas cucarachas aladas que planeaban desde la tina del baño a la puerta y que a ratos parecían helicópteros borrachos. No todas alcanzaron la puerta.
-Siga matando bichos y no se preocupe de la limpieza-
-Y cómo adivinó-
-He pasado toda mi vida aquí. Me se de memoria todos los ruidos-
-Entonces no traeré a mi novia-

-Usted sabe las reglas-

Se llama Nadia, tiene 50 años, bien conservados, morena, alta, delgada, pelo lacio, ojos de pasa y rasgos indígenas –nariz zigzagueante como cordillera-. Es amable aunque metiche. Le interesan estupideces como en qué ciudad nací. Si yo le dijera que nací en Tocopilla, tendría que gastar mi tiempo explicándole dónde queda Tocopilla como si fuera tan trascendente el lugar de mi origen. Le gustan los dibujos de mi guitarra, en especial el rostro del cristo de la película de Zeffirelli –ese Jesús con ojos de huevo frito-. Llevo una semana en su casa.

“No hay nada más difícil que vivir sin ti… ”, esa estúpida ironía de Marco Antonio Solís le cantaría esta noche, con la Canon en Rec, pero conozco las reglas.

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