Tuesday, September 11, 2007

17.

Y después del terremoto alguna cámara extranjera busca la significación de la catástrofe en los restos de una familia con piso de tierra y con una fogata en el medio para recoger calor en las noches grises de invierno. La mujer de esa familia todavía no encuentra a su hija, de 9 años, y ya van dos semanas del terremoto y el hambre, y la sed, y la supervivencia la hacen olvidar que es madre de cinco, y no de cuatro, como ahora. Los hermanos siguen jugando, mientras yo le reparto dulces, y la madre me mira con cara de agradecida, mientras al periodista no le interesan las cuestiones sociales; el tipo me estudia, observa como me muevo aquí, quizás esperando que cometa lo que busca para seguir con su novela sobre mí, según me dijo en el viaje. Tal vez le cuente mi pasado como testigo de Jehová, jejeje.
Y el click de esa cámara hace real a la familia, que ahora saldrá en un diario gringo.
Y Marta, la española depravada, absorbe a goteras el drama de la mujer, y piensa la muy suelta de cuerpo que la desaparición de Madeleine en Portugal importa un carajo por estos lados, y piensa, la gilipollas mientras absorbe un cigarro sin filtro, en la cantidad de niños que a diario se pierden en el tercer mundo y nadie dice nada, porque los niños pobres de Perú, Brasil o Zambia no se exponen tanto como la Madeleine de pupila cortada y caballera rubia como la su madre y padre, dos gringos delgados, altos, como de la película de una niña perdida.
Y a los chilenos parece más interesados en el caso de Madeleine que los casos de los niños maltratados, violados en su país, y mandan de la tele a una periodista hablar con los papás de Madeleine para sensibilizar a los chilenos que prefieren historias importadas como si en Santiago, no hubieran historias que contar. Chile necesita de historias gringas para mimetizarse con el primer mundo de Los Simpson. Y Chile se sensibliza más por Madeleine, que por el terremoto en Perú: siempre ha sido y será así, aunque la minoría diga la contrario.
Y la mujer de la fogata, la madre, reconoce que nunca encontrará a su hija porque no tiene con que dejar a sus hijos para ir a revisar los cadáveres en la morgue.
Y yo le digo que si está dispuesta, nos puede confiar sus hijos a nosotros, y al escucharle el periodista enciende un cigarro como esperando algo. La mujer se pierde por una calle terrosa, mientras subimos a los chicos a la camioneta.
Y ya andando, y con los chicos arriba, pienso en los camiones de los milicos con detenidos rumbo al aserradero.

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